La importancia de la impresión de objetos reales es cómo benefician al mundo; desafortunadamente, al igual que en todas las invenciones, la impresión 3D tiene su ‘lado oscuro’
Imprimir en 3D es el proceso de producir una pieza tridimensional después de haber sido diseñado en una computadora. (Foto: AP)
Hace un año tenía un iPhone 4S y lo protegía con una funda que salió de una impresora 3D. Hace un mes en el festival SXSW en Austin, Texas, me regalaron unas gafas de impresión 3D también. Los dos artículos los he enseñado a mis amigos. "¡Es impresión 3D!" les digo, y en ninguno he visto un atisbo de emoción como la que yo siento.
Imprimir en 3D es el proceso de producir una pieza tridimensional -con anchura, longitud y profundidad- después de haber sido diseñado en una computadora. Cuando se termina de diseñar, el archivo se envía a la máquina impresora y lo empieza a producir modelándolo cortando una capa tras otra hasta finalizar la pieza. Es como ver el cincel de Miguel Ángel trabajar a cientos de veces de su velocidad humana.
¿Qué tiene esto de especial? Que en vez de ir a una tienda a escoger dentro de un set de opciones que pensó un diseñador, un ingeniero y un mercadólogo para mí y otros consumidores, ahora lo puedo diseñar en mi computadora, totalmente a mi gusto. Personalización en su máxima expresión.
Esta explicación es apenas suficiente para levantar una ceja de asombro, pero el escuchar sus aplicaciones actuales sí es realmente sorprendente.
Mis gafas, una mesa o un tenedor son ejemplos que no impresionan a nadie porque no están haciendo un cambio por el mundo...aún. Pero si revisamos que hoy ya es posible imprimir una prótesis de mano y a la medida por 150 dólares, cuando el precio habitual es de 10,000 dólares por un dedo y con un tiempo de fabricación mucho mayor, la impresión en 3D empieza realmente a llamar la atención.
Otra aplicación que suena a la panacea para el hambre es la impresión de comida. La NASA ha encargado a Anjan Contractor, un ingeniero mecánico, resolver las necesidades de comida de los astronautas en viajes largos como a Marte. Pero él ya está pensando en su solución. Una impresora 3D puede funcionar con cartuchos con polvos que contienen azúcares, carbohidratos o proteínas, para entonces imprimir alimento de acuerdo a las necesidades nutrimentales de una persona. ¿Suena apetitoso? Quizá no, pero no eso es lo de menos al recordar la intención de Anjan.
Si bien estas aplicaciones son casi milagrosas, no menospreciemos el alcance en industrias que parecen banales como la moda, volviendo a mis gafas.
Hoy ya se presentó el primer vestido a partir de piezas que se articulan entre sí para ajustarse al cuerpo, pero como sería un poco incómodo portarlo, el diseñador industrial Joshua Harris ya tiene el prototipo de una impresora que todos podamos tener en casa en donde escojamos la marca, el color y tipo de tejido para que se imprima la prenda frente a nuestros ojos y la portemos inmediatamente. Después de usarse, podríamos insertar nuevamente la prenda en la impresora para que la deshaga y la regrese a su cartucho original limpiándola y dejándola lista para volverse a usar. Ello eliminaría los costos y contaminación que implica la producción, así como el consumo de energía en casa al no necesitar lavadora ni secadora.
Desafortunadamente, como casi todas las invenciones, la impresión 3D también llega con su lado oscuro y ya lo estamos viendo con la producción de armas que ha despertado discusiones sobre la regulación de éstos y otros artículos que atenten contra la vida. En este momento se evalúa si el diseño de un arma es legal, pero la impresión de ésta es ilegal.
Sí, hay riesgos con las nuevas tecnologías, pero me parecería un poco infantil que permanezcamos espantados como consumidores y que dejemos en manos de "las autoridades" la decisión de cómo debemos ejercer este nuevo derecho.
Con Internet, los medios se democratizaron y adquirimos el derecho de opinar públicamente logrando movimientos políticos y sociales sin precedentes. Ahora el diseño y la manufactura se democratiza y con ello llega la responsabilidad de elegir qué necesitamos producir. Alimentos, medicinas, hogares, todo es evidente y seguramente habrá otras cosas que necesitemos en casa y no sean tan trascendentales como lo anterior, pero que mejoren nuestras vidas.
Tenemos poco tiempo. La impresión 3D que ya es vista como la nueva revolución industrial, ya está aquí y en casa de algún vecino. A partir de este mes, Staples, la cadena de tiendas de artículos de oficina en Estados Unidos, venderá impresoras 3D a 1,299.99 dólares y cartuchos a 49.99 dólares.
Esta es sin duda una nueva era tecnológica -y muchos afirman que energéticamente también- en la que es innegable que podemos hacer de todo.
La pregunta es: ¿Qué queremos crear?
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