Tengo hambre y quiero comer una tarta de queso que ni sé, ni quiero cocinar yo misma. No pasa nada. Simplemente tengo que buscar en Internet, encontrar el archivo tridimensional de este postre, darle a 'Imprimir' y, en unos minutos, mi deliciosa tarta estará lista. No estoy soñando con un futuro lejano. Si quisiera, ya podría imprimir mi anhelado postre. Y no solo eso, también podría conseguir, sin salir de casa, una funda para el móvil, una maqueta de la Sagrada Familia de Barcelona o, incluso, una pistola que fuera capaz de disparar munición real. No es magia, es tecnología. La impresión de objetos en 3D es ya una realidad y el abanico de posibilidades que se abre es tan amplio que esta tecnología provocará la gran revolución del siglo XXI.
La vida de un niño de dos meses con traqueobroncomalacia, un problema en la tráquea que impide que el oxígeno llegue a los pulmones, pende de un hilo. Los médicos ya no saben qué hacer. La intervención más común en este tipo de casos, la traqueotomía, no ha tenido el éxito esperado y el pequeño sigue sin recibir oxigeno suficiente, por lo que los ataques al corazón continúan siendo frecuentes. Si se mantiene con vida es gracias a la ventilación asistida.
La situación es desesperante y lo peor es que parece que no tiene solución. En vista de la urgencia, los médicos toman una decisión: imprimir una especie de tablilla que reproduce el tubo traqueal del pequeño. Y aquí es donde se produce el milagro porque, gracias a la impresión en 3D, la tablilla no se imprime en un papel sino que se hace a tamaño real. En tres dimensiones. Una vez impresa, o más bien construida, los médicos se la implantan al bebé.
Aunque lo pueda parecer, la historia que acabamos de contar no es el argumento de una película de ciencia ficción o de un libro nacido de la portentosa y premonitoria imaginación de Julio Verne. Se trata de un hecho real, y sucedió en el Hospital de Michigan, Estados Unidos, con excelentes resultados, ya que, un año después del implante, el pequeño sigue con vida y no ha presentado ningún problema de rechazo ni de respiración.
La impresión en 3D es hoy una realidad, y el abanico de posibilidades que abre es tan amplio y sorprendente que esta nueva tecnología tiene todas las papeletas para convertirse en la gran revolución tecnológica del siglo XXI.
De hecho, en el último mes, las impresoras en 3D han llenado muchas páginas en los periódicos de todo el mundo. Y lo han hecho, como casi todos los inventos revolucionarios, mostrando sus luces y sus sombras.
De esta manera, mientras que un estudiante de Estados Unidos generaba polémica y terror, a partes iguales, al anunciar que había logrado imprimir una pistola capaz de disparar munición real, la NASA demostraba su apoyo a esta tecnología al anunciar que había pagado una beca de 100.000 euros a un ingeniero de la empresa Systems and Materials Research Corporation (SMRC) para que desarrolle, en seis meses, una impresora 3D capaz de reproducir alimentos.
UNA REVOLUCIÓN SILENCIOSA
Para empezar, hay que decir que, aunque es ahora cuando estas impresoras, gracias a sus innumerables posibilidades, copan las páginas de los principales periódicos de todo el mundo, la impresión en 3D no es algo reciente, sino que lleva usándose desde hace casi 20 años, aunque en sectores muy concretos, como el de la arquitectura o la industria.
Todo comenzó en el año 1976, año en que se inventó la impresora de inyección de tinta, la misma que podemos encontrar hoy en día en la mayoría de los hogares. La diferencia de esta nueva máquina con sus antecesoras es que funcionaba expulsando gotas de tinta de diferentes tamaños sobre el papel.
Fue unos años más tarde, en 1984, cuando el estadounidense Charles Hull dio un paso más, sustituyendo la tinta por resinas líquidas fotopoliméricas que se solidificaban cuando quedaban expuestas a la luz ultravioleta. Gracias a esta técnica, que patentó con el nombre de “estereolitografía”, Hull, cofundador de 3D System y ahora multimillonario, consiguió fabricar objetos tridimensionales.
En 1992 se produjo otro cambio importante. Fue entonces cuando se creó la primera máquina de imprimir de láser de rayos UV de “fotopolímeros solidificantes”. Un líquido con la viscosidad y el color de la miel que crea partes tridimensionales capa por capa.
A partir de ahí todo fueron éxitos. Y es que, con estas impresoras se puede imprimir de todo. Desde maquetas de edificios, piezas de coche, pistolas, alimentos o incluso órganos y tejidos humanos. De hecho, numerosos científicos coinciden en apuntar que revolucionarán el mundo de los trasplantes.
LAS IMPRESORAS EN LA ACTUALIDAD
Aunque llevan ya más de 20 años en el mercado, este tipo de impresoras no se habían popularizado hasta ahora.
Fue una empresa norteamericana, MarketBot, la causante de que estas máquinas se convirtieran en un fenómeno más extendido. En enero de este año, la empresa instaló un pequeño stand en la International Consumer Electronics Show 2013, una de las más importantes ferias tecnológicas del mundo. Un evento organizado por la Consumer Electronics Association (CEA), la asociación comercial por excelencia en la promoción del crecimiento de la industria de tecnología de consumo de Estados Unidos.
En ese pequeño stand, se encontraba la Replicator 2X, una impresora en tres dimensiones del tamaño de un microondas y un precio mucho más asequible, 2.700 dólares, que acaparó la atención de los medios de comunicación de todo el mundo.
Lo curioso, según explicó Bre Prettis, exprofesor, exhacker y fundador de Makerbot, es que dos años antes habían presentado su máquina en el mismo sitio sin apenas repercusión. “Esto es increíble. Hace dos años estuvimos aquí y nadie nos hizo caso. Hace un año volvimos aquí y tampoco. Y este año ya sí”.
Aunque la Replicator 2X y la empresa que la fabrica eran suficientemente famosas —básicamente por la buena acogida que tuvo la presentación por parte de los medios de comunicación—, lo cierto es que la clave del éxito de las impresoras 3D se debe, fundamentalmente, a su abaratamiento.
Hace unos años su coste era tan elevado, en torno a los 400.000 euros, que estas máquinas estaban limitadas a sectores muy concretos: como el industrial, el de la arquitectura o el de la investigación. Sin embargo, como ocurre con todas las nuevas tecnologías, a medida que se van perfeccionando disminuye su coste de producción y, en consecuencia, su precio en el mercado.
Por eso, hoy en día son muchas las empresas que ofrecen estas impresoras a un precio mucho más asequible. Ese es el caso de Protorapid, una empresa española dedicada a la fabricación rápida de prototipos para diversos sectores empresariales y creadora de la primera impresora 3D desarrollada íntegramente en España. Una máquina que saldrá al mercado por unos 1.800 euros.
El gerente de la compañía, Javier Pairet, explica cuándo y por qué decidieron fabricar esta nueva impresora. “Hace 17 años que estamos en el mercado y las máquinas con las que trabajamos son bastante caras, con precios que rondaban los 400.000 euros -explica- Pairet. Pero nos dimos cuenta de que empezaba a haber una demanda de impresoras bastante más económicas, para un mercado mucho más mayoritario, es decir, tanto de hogares como de pequeñas oficinas. Por eso, hace cosa de un año, empezamos a desarrollar una impresora cuyo precio estuviera entre los 2.000 o 3.000 euros”.
El responsable de Protorapid matiza que esta primera impresora es para un consumo “semiprofesional”. “Ahora estamos desarrollando una maquina bastante más popular, que rondaría los 800, ya que sería una máquina con kit de automontaje”.
Pairet lo tiene claro, el futuro pasa por la impresión en 3D. “Hace 30 años llegaron las primeras impresoras láser, que rondaban los 2.000 euros de ahora, y se vendieron. De hecho, hoy en día es normal encontrarse en casas a gente que las tiene, porque han bajado mucho los precios. Pero, ¿es imprescindible tener una impresora de inyección de tinta en casa? No. Sin embargo, una gran mayoría la tiene. Aquí pasará lo mismo. No es imprescindible, pero en un futuro será normal tener una impresora en 3D en casa”.
(SERVIMEDIA)